Bautizados, Iglesia en misión

Juan Carlos Carvajal Blanco

Profesor UE San Dámaso

La crisis del coronavirus nos ha pillado a todos con el paso cambiado, también a la Iglesia. Nuestras programaciones, las reuniones de grupo, las catequesis, las celebraciones de los sacramentos, la atención del despacho de caritas…, todo saltó por los aires, incluso la vida misma de las comunidades cristianas. Por otro lado, ante el drama que se estaba viviendo, pronto aparecieron ante los ojos de la gente “los héroes” a los que había que mirar, admirar y reconocer. Los médicos y demás sanitarios, las limpiadoras, los trasportistas, los soldados, los reponedores y cajeras de los grandes almacenes…; tal y como el papa Francisco decía en la celebración del 27 de marzo, eras esas “personas comunes —corrientemente olvidadas— que no aparecen en portadas de diarios y de revistas, ni en las grandes pasarelas del último show pero, sin lugar a dudas, están escribiendo hoy los acontecimientos decisivos de nuestra historia”[1].

¿Dónde está la visibilidad de la Iglesia?

En aquel momento la Iglesia parecía perder visibilidad, máxime cuando los lugares de culto y los mismos centros parroquiales estaban cerrados o era muy difícil acceder a ellos. Entonces, en las redes sociales, surgió una reacción que trataba de recuperar la visibilidad de la Iglesia reivindicando la labor de los sacerdotes bien fuera por su servicio en los hospitales y cementerios, por su atención a los pobres o por su disponibilidad para el diálogo. Por esas mismas redes, se oraba por ellos y se manifestaba la importancia de su ministerio. Considero que, en cierto modo, el Pueblo de Dios quería salir del anonimato por medio del ministerio de sus pastores, aquellos que actualizaban diariamente el acontecimiento salvador de Jesucristo en el sacramento del Altar.

No puedo negar que, como pastor, este reconocimiento y cariño me llenó de emoción y me sentí confirmado en mi ministerio. No obstante, algo me inquietaba. Realmente, el compromiso de la Iglesia, la presencia del misterio salvador de Jesucristo en esta pandemia ¿se podía reducir al ejercicio ministerial?, ¿este es el único modo de visibilizarlo, no solo hacia el exterior de la Iglesia, sino, incluso, al interior de la misma comunidad cristiana? Me daba la impresión de que algo estaba fallando. Parecería que en la conciencia cristiana todavía permanece la idea de que la Iglesia siguen siendo los ministros ordenados y que el resto de los bautizados, en el mejor de los casos, son mandatarios de los que tienen la gracia de estado. Seguro que esta percepción puede ser exagerada. Pero la sensación que queda es que nuestras catequesis de iniciación no terminan de alcanzar el fin que le es propio y, por tanto, no revelan la riqueza que supone la vocación bautismal.

La significatividad del ser bautizado

Cuando el Directorio General para la Catequesis se refiere a la finalidad de la catequesis, emplea unos términos muy categóricos: “El fin definitivo de la catequesis es poner a uno no sólo en contacto sino en comunión, en intimidad con Jesucristo” (n. 80). Lamentablemente, muchas veces en nuestras catequesis nos conformamos con que los que se inician tengan un conocimiento más o menos vago y con diversa carga afectiva de Jesucristo. A nuestra práctica catequizadora pocas veces la guía la convicción de que, en virtud de la gracia, un cristiano iniciado puede desarrollar una experiencia humana semejante a la de su Maestro y Señor. Y que como discípulo suyo puede llegar a “pensar como Él, obrar como Él, amar como Él” (DGC 116).

En efecto, la catequesis de iniciación está íntimamente vinculada al Bautismo y a los otros sacramentos de iniciación: Confirmación y Eucaristía. Pues bien, en virtud de la fe y la recepción de estos sacramentos, el cristiano ha sido escogido por el propio Dios para revelar en su persona a su Hijo Jesús y servir su obra salvadora entre aquellos que no le conocen (cf. Gal 1,15-16). Justamente, el Concilio quiso situar en este punto la dignidad y misión de los laicos, es decir la de los “simples” cristianos:

“Por laicos se entiende aquí a todos los cristianos, excepto los miembros del orden sagrado y del estado religioso reconocido en la Iglesia. Son, pues, los cristianos que están incorporados a Cristo por el bautismo, que forman el Pueblo de Dios y que participan a su modo de la funciones de Cristo: Sacerdote, Profeta y Rey. Ellos realizan, según su condición, la misión de todo el pueblo cristiano en la Iglesia y en el mundo” (Lumen Gentium 31).

A la luz de este texto conciliar, la pregunta que los catequetas y catequistas debemos hacernos es si nuestros procesos iniciáticos introducen verdaderamente a los que se inician en “la misión del todo el pueblo cristiano” o simplemente engendra cristianos pasivos. Más aún, la gran cuestión es si nuestras catequesis les llega a revelar que, en virtud de la fe y los sacramentos de iniciación que han recibido como gracia, no solo “deben comprometerse”, sino que con y en Cristo ya viven en medio del mundo como sacerdotes, profetas y reyes… Sinceramente, pienso que no. Incluso muchos cristianos permanecen ajenos a estos términos tan significativos para su identidad y misión. No terminan de considerarse –utilizando la imagen de la Carta a Diogneto– que ellos son respecto al mundo lo que es el alma respecto al cuerpo.

Una catequesis que promueva la vocación bautismal

A mi modo de ver, la situación creada por la pandemia manifiesta algo que por todos es conocida. A los cristianos nos cuesta vivir “en cristiano” y llevar la representación de la Iglesia en la diáspora, y esto no por creernos mejores que nadie ni por un compromiso voluntarista; sino por reconocernos portadores de esa novedad de vida que Cristo nos ha dado para ser sus testigos en medio del mundo. Por eso, habitualmente, el Pueblo de Dios pone en la imagen institucional, o en aquellos que parecen representarla, la visibilidad del Evangelio.

Nuestras catequesis deben contribuir a que los cristianos sean tales en medio del mundo. Y aunque parezca contrario a esta intención, esto solo se logra avanzando en un espíritu más mistagógico; es decir, empeñándonos a poner, una y otra vez, en contacto con el Misterio revelado en Jesucristo. Sin esta intencionalidad hecha operativa de un modo sencillo en cada catequesis, difícilmente los iniciados desarrollarán una sensibilidad espiritual peculiar –basada en el sensus fidei que otorga el bautismo– que les permita reconocerse injertos en Cristo y testigos suyos entre los que conviven.

Es verdad, seguro que muchos de esos héroes que se han manifestado en estos tiempos de pandemia –esos “santos de la puerta de al lado” que llama el papa Francisco– lo han sido por su docilidad a la gracia del Espíritu y animados por su fe. Pero la pregunta que queda en el alero es si se han manifestado como cristianos, no tanto si han sido o no reconocidos como tales, esto es de orden segundo; sino si ellos se ha revelado con humildad y libertad, como testigos e instrumentos de algo que le supera a ellos mismos: la caridad de Cristo. Si así ha sido, ellos son los que han dado carne al Evangelio y visibilizado la Iglesia…

PDF CON EL ARTÍCULO: J. C. CARVAJALBautizados, Iglesia en misión

 

 

 

 

 

[1] Francisco, Mensaje Urbi et orbi durante el Momento extraordinario de oración en tiempos de epidemia (Atrio de la Basílica de San Pedro, 27 de marzo de 2020).