CRÓNICA JORNADAS AECA XXVII 2018
Los días 5 al 7 del pasado mes de diciembre de 2018 se celebraron, en el Centro “La Salle” de Madrid, las XXVII Jornadas de la Asociación Española de Catequetas (AECA), con el tema “El acompañamiento en catequesis”. Dichas Jornadas se articularon en torno a tres Ponencias y una Mesa redonda, las cuales tenían como objetivo suscitar el diálogo entre los asistentes –socios de la Asociación y otros catequetas y catequistas invitados–, sobre diferentes aspectos del tema. En esta ocasión la participación en la Jornadas, tanto por la asistencia como por las intervenciones, fue bastante nutrida.
Da la impresión de que el “acompañamiento” es un tema de moda. Muchas Jornadas pastorales se orientan sobre esta temática, se multiplican las publicaciones, incluso las orientaciones del papa Francisco abundan sobre este aspecto de la pastoral. Siguiendo las directrices de la última Asamblea de los socios de AECA, el Consejo Directivo de la Asociación organizó las Jornadas con una orientación precisa. No se trataba de reflexionar sobre el “acompañamiento” de un modo genérico, sino de ponerlo en relación con la catequesis y, en concreto, con una catequesis iniciática. Sin duda, esta orientación suponía una novedad en el planteamiento del tema y, además, buscaba que al poner en relación “acompañamiento” y “catequesis iniciática” se pudiera ofrecer algunas luces y orientaciones nuevas tanto para la reflexión catequética como para la práctica catequizadora de nuestras Iglesias.
La primera ponencia, marco de las Jornadas, con el título “Dimensiones del acompañamiento en la catequesis iniciática”, fue pronunciada por Juan Carlos Carvajal, vicepresidente y secretario de la Asociación AECA. Antes de entrar en materia y teniendo como referencia el relato de Emaús, el ponente puso de manifiesto que el acompañamiento cristiano siempre es una mediación del acompañamiento único que Cristo hace a sus discípulos y a los que quieren serlo. En realidad, el catequista-acompañante, bajo el impulso del Espíritu, trata de poner en el centro y hacer propia la relación que Dios tiene con la persona que acompaña.
A partir de este presupuesto, la ponencia partió del documento de la Conferencia Episcopal Española, La iniciación cristiana (27-XI-1998), en concreto del nº 18; y tomando pie del concepto de Iniciación cristiana que ese número presenta, el ponente presentó los niveles y estructura que articula una catequesis que tiene como objetivo introducir en la vida de fe. En correspondencia con cada uno de esos niveles, y de un modo integrado, indicó lo diversos tipos de acompañamiento que los agentes (comunidad, catequista, padrino, sacerdote…) que intervienen en la actividad iniciática debe realizar.
- La catequesis iniciática tiene una dimensión “sobrenatural”, su objetivo último es que los que son iniciados lleguen a ser hijos en el Hijo de Dios y participen de la vida divina. Desde esta perspectiva, la catequesis supone un itinerario espiritual que lleva al discípulo de Jesús a entrar en comunión con quien es su Maestro y Señor de modo que llegue a pensar como Él, obrar como Él, amar como Él. Esta dimensión reclama un “acompañamiento mistagógico”, que permanentemente ponga en el horizonte el encuentro con el Misterio de Dios, en Jesús. Para que este encuentro acontezca, el catequista-mistagogo ha de ayudar a que los que se inician perciban la relación que existe entre historia de salvación, consumada en Cristo, la vida eclesial, especialmente en su expresión litúrgica que conmemora la acción salvadora de Dios, y la propia vida cristiana.
- La segunda dimensión de la catequesis iniciática, apunta a la respuesta que el discípulo debe dar a Cristo en la fe. En este sentido, la catequesis supone un itinerario de conversión y de fe, por el cual el que se inicia se abre a la gracia divina y pone en juego su libertad. En el proceso iniciático no es fácil morir al hombre viejo para ser alumbrado, en Cristo, como un hombre nuevo, exige un verdadero combate, en el cual no es desdeñable el trabajo ascético. Aquí encuentra su sentido un “acompañamiento humano-espiritual”. El catequista, conocedor en primera persona de ese combate de la fe y bajo el signo de la fraternidad, despliega cercanía y calor humano, apoyo y orientación, se convierte en testimonio y estímulo para que los que se inician sigan las mociones del Espíritu en lo profundo de su corazón y respondan libremente en sus vidas a los reclamos del Evangelio.
- La tercera dimensión se refiere a la mediación eclesial. El misterio de Cristo y también la respuesta de fe son siempre mediados por la Iglesia. La Iglesia es una realidad divino-humana, misteriosa, en la que el Espíritu de Dios actualiza el acontecimiento cristiano y engendra en su seno a los hijos de Dios. Imposible iniciar en la vida de fe al margen de la comunidad. La catequesis supone siempre un itinerario eclesial, por el que el creyente es introducido en la vida de la comunidad cristiana. Desde esta perspectiva, la catequesis exige un “acompañamiento eclesial”, es decir, un acompañamiento “de” la Iglesia y “hacia” la Iglesia. La comunidad acompaña a los que se inician tejiendo en torno a él una trama de relaciones fraternas. Y se convierte en meta en la medida en que esa fraternidad manifiesta que está constituida por el amor precedente de Dios. El catequista es el nexo de unión con la comunidad, pero también el que con su testimonio y palabra desvela el misterio de comunión que se oculta en ella.
- La cuarta y última dimensión que articula una catequesis iniciática es justamente la iniciación entendida como entrenamiento y aprendizaje en el conjunto de la vida cristiana. La vida de fe no puede ser reducida al conocimiento de una doctrina ni tampoco la entrega a unos sentimientos. El cristianismo no es una realidad desencarnada. Por la introducción en todas las dimensiones de la vida de fe –tareas para la catequesis– el que es iniciado va haciendo suya la vida eclesial y se va configurando con Cristo. El aprendizaje de la vida cristiana es un aprendizaje por entrenamiento y este entrenamiento es el soporte necesario para que la conversión alumbre una vida nueva. Cada una de las tareas de la catequesis exige un entrenamiento particular, una pedagogía propia. Esto es, justamente, lo que reclama un cuarto nivel de acompañamiento, el que podemos denominar “acompañamiento pedagógico”. El catequista acompaña el ejercicio diferenciado de las diversas dimensiones de la vida cristiana, sabe ponerlas en relación y también iluminarlas con una palabra que desvela el misterio al que dirigen y con el que quieres identificarse los que se inician.
Esta primera intervención concluyó subrayando que estas dimensiones de acompañamiento que reclama la Iniciación cristiana, se coordinan y adquieren su último sentido en la medida en que se realiza en el ejercicio de la fe y está al servicio de la fe. La fe es la que da el último significado al acompañamiento cristiano, su luz es lo que permite pasar de lo vivible a lo invisible, de lo humano a lo divino y en la trama del acompañamiento eclesial percibir el propio acompañamiento de Cristo.
La segunda ponencia, derivada y complemento de la primera, fue pronunciada por Francisco Romero, miembro de la Asociación AECA. Su disertación llevaba por título: “Acompañamiento en los procesos iniciáticos. Elementos de articulación”. El ponente insistió en el carácter procesual de la Iniciación cristiana y manifestó cómo dicho proceso, para ser fiel a la acción de la gracia y soporte de la respuesta libre del creyente, necesita del acompañamiento de la comunidad cristiana. Sobre este fundamento, y a partir de las orientaciones del RICA, la ponencia se centró sobre dos ministerios de acompañamiento: el del catequista y el del padrino. El ponente puso en evidencia que, hoy por hoy, al ser difícil que las comunidades cuenten con miembros que puedan ejercer de modo diverso dichos ministerios, convendría que estos fueran considerados como perspectivas diversas de un mismo acompañamiento.
A partir de estas premisas, la ponencia expuso los elementos que articulan el acompañamiento del catequista: un acompañamiento centrado en un anuncio significativo de la Palabra, con una clara orientación mistagógica y eclesial, que tiene como objetivo la incorporación a la vida de la comunidad, donde se experimenta la fraternidad cristiana y se accede a la filiación divina… Pero, sobre todo, centró su atención sobre el acompañamiento propio del padrino. En efecto, tras reivindicar esta figura: cristiano de referencia, testigo fiable, alguien en quien poder confiarse…, manifestó la aportación particular que el RICA le otorga. Sin duda, la referencia espiritual y cercanía humana que supone esta figura para los que se inician es un acicate y apoyo para su proceso humano-espiritual de conversión y de fe. En un tiempo en el que es preciso personalizar la fe de la Iglesia, el padrino se presenta como un auxilio personal que la comunidad ofrece para que los discípulos de Jesús puedan encarnar la vida de fe en su vivir diario. La ponencia concluyó caracterizando la manera diversaen que se ha de ejercer el padrinazgo en cada uno de los tiempos del itinerario catecumenal: precatecumenado, catecumenado, purificación y mistagogía.
La tercera ponencia, pronunciada por Álvaro Ginel, sdb, presidente de AECA, llevaba por título: “Una forma de acompañar en catequesis. A propósito del material: Encuentro con Jesús, el Cristo”. El objetivo de la ponencia era el ofrecer una concreción a lo expuesto en las ponencias anteriores. La autoría del material analizado es del Secretariado Nacional de la Catequesis y del Catecumenado (SNCC), de la Conferencia Episcopal de Francia, y está publicado en EDICE, bajo el auspicio del Secretariado de la Subcomisión Episcopal de Catequesis de la Conferencia Episcopal Española. La disertación tuvo un carácter inductivo. Tras la presentación de Material: materialidad, estructura, destinatarios, pedagogía catequética…, el ponente paso a desentrañar la articulación interna del mismo y extrajo las claves que están en la base y caracterizan el acompañamiento eclesial que requiere.
El ponente no hizo una propuesta de acompañamiento ideal, sino que partió de lo que el material elegido propone como acompañamiento y qué insistencias hace. Señaló cuatro actitudes de fondo que resaltan en el material analizado. No se trata de una teoría previa al material, sino de las insistencias que el material catecumenal encierra en sí, sin explicitarlo. El análisis realizado partía de esta pregunta: ¿Qué se le pide al acompañante hacer o llevar acabo con los catecúmenos en su tarea de acompañante del grupo catecumenal? El presupuesto es que lo que se le pide hacer es lo que tiene que ser y saber hacer el acompañante previamente.
Desde esta perspectiva de análisis aparecieron estas actitudes o dinámicas que el acompañante tiene que manejar.
- “La dinámica de la palabra personal”: Entrar en el catecumenado y “devenir” cristiano exige tener palabra personal; una palabra que llevará a la persona a decir: “creo” de manera totalmente personal. Esta dinámica de llegar a decir creo necesita una pedagogía, un entrenamiento, un ejercicio, una ayuda del acompañante. Aquí entra la acción y la actitud del acompañante o catequista. En el proceso de “ser persona de palabra capaz de decir creo” existe todo un itinerario progresivo. Algunas de estas etapas son: la evocación, el silencio, la palabra escrita, la palabra compartida en grupo, la pregunta personal, la escucha acogedora de otras palabras de la Palabra.
- “La dinámica o actitud de acogida y trato del texto bíblico”. Acoger la Palabra es ya, de entrada, situarnos no ante un texto frío, sino ante “alguien” que nos habla y se hace interlocutor a través de un texto que “tiene Espíritu dentro”. El material analizado toma la opción de elegir 25 encuentros de Jesús con otras tantas personas. Esta elección de 25 encuentros ya es significativa y en ellos se encierra la presentación básica de los cimientos de la fe necesarios para acercarse a los sacramentos de la iniciación. Nos jugamos la formación del catecúmeno en “el trato” que demos a estos relatos seleccionados. Se toma como fondo el método de la lectio divina que nos permite “saber el texto o comprenderlo” (qué dice el texto), “aplicarlo a la propia vida” (cómo me afecta este texto hoy), “orar el texto” (no solo orar con el texto, sino orar el texto que ya en sí es “palabra de Dios”).
- “La actitud o dinámica de la dimensión histórica”. Partiendo del hecho del evangelio de Lucas “este pasaje se está cumpliendo hoy ente vosotros” (4,21) al acompañante de catecúmenos se le pide que realice una acción, sostenida a lo largo de todo el periodo catecumenal, para que la persona se abra a descubrir la obra de Dios en su vida pasada y presente y se proyecte hacia el futuro. El catecúmeno parte de una vida pagana y tiene que llegar a una vida “según el Espíritu”. Tiene que ser consciente de su ayer, de su hoy y de su mañana, no solo por sus fuerzas, sino con la fuerza del Espíritu que actúa en la persona y solicita a la persona a colaborar con la llamada de Dios. La pedagogía para descubrir en su vida la acción de Dios tiene proceso. Algunos elementos de este proceso que son muy evidentes: el factor tiempo, la mirada al pasado (hacer historia personal) y la mirada al futuro (la nueva vida a la que soy llamado), el descubrimiento de Dios en la historia personal; la aceptación de la propia historia no como un caos sin salida, sino como un lugar en el que Dios entra y Dios llama y salva.
- “La actitud o dinámica de la asumir el mensaje de Jesús”. El Evangelio de Jesús es propuesta y es provocación a la libertad personal. La persona concreta tiene su historia, su educación, sus raíces, lo que, en una palabra, llamamos ordinariamente su “forma de ser”. Acoger el Evangelio que se propone no es solo acoger las “ideas” del Evangelio, o saber los relatos de los encuentros de Jesús que se tratan. Es eso y mucho más que eso. El acompañante tiene que velar por la realidad del catecúmeno, lo que le exige ser flexible, es decir, proponer no según un orden lógico, sino según un orden de tratamiento de mensaje adecuado a la realidad y al ritmo de las personas. Y en la propuesta del mensaje, que parte de un relato bíblico, el acompañante tiene que saber trenzar con “arte educativo” la reflexión que la Iglesia ha ido haciendo en el tiempo; la síntesis de la Iglesia en el hoy que vivimos; la liturgia que celebramos que es fuente también para la comprensión de la fe y es celebración de la fe, ¡las dos cosas! Tiene que ofrecer testigos de la fe hoy que no sean ideales, sino miembros de la comunidad en la forma de vivir, de abrirse al ejercicio de la caridad.
En conclusión, al dar el nombre de “acompañante” al catequista, los autores de este material catecumenal están pensando en un creyente con vivencia reflexionada, vivida, orada, alimentada en la Palabra encarnada en nuestro hoy y con una no pequeña reflexión sobre su propio itinerario personal de creyentes. Claramente se pasa de un modelo de catequista que sabe (catequista maestro) a un modelo de catequista testigo (comparte, escucha, guía, celebra la vida y la fe con otro) o catequista artesano que poniendo en práctica de vida cristiana, acompaña y guía a otros a ser engendrados para la comunidad cristiana.
Las Jornadas concluyeron con una mesa redonda en la que se presentaron diversas experiencias de acompañamiento referidas a diversas etapas y edades del proceso iniciatorio. Lola Ros, vocal del Consejo directivo de AECA, presentó su experiencia de acompañar adultos a partir de las aportaciones del Javier Garrido. Ángel Luis Caballero, párroco de la diócesis de Madrid, relató sus experiencias de acompañamiento adaptadas a los diversos tipos de jóvenes con los que se ha encontrado en las parroquias por las que ha pasado en el ejercicio de su ministerio. Ana Giménez Antón, miembro de la comunidad cristiana de matrimonios jóvenes de los Salesianos de Estrecho, de Madrid, presentó su experiencia que ve de haber sido acompañada en su infancia y juventud a ser ahora acompañante de jóvenes y de sus propios hijos. La mesa redonda concluyo con la intervención de Esteban Vera, miembro de AECA y delegado de catequesis de la diócesis de Tenerife, en la que expuso la adaptación de los Oratorios de los niños pequeños hecha por su Delegación diocesana y el valor evangelizador que esta opción tiene, no solo para los niños, sino también para las propias familias.
Concluidas las Jornadas, la valoración que hizo la Asamblea de los socios sobre las mismas fue positiva, y vio la conveniencia de explorar la posibilidad de profundizar sobre el mismo tema en la próximas Jornadas, esta vez prestando una especial atención en la diversa modulación que el acompañamiento debe tener al ajustarse a las diversas edades y etapas de fe de los destinatarios.
En la actualidad, el Consejo directivo de la Asociación está en trámites para recoger los originales de las ponencias y comunicaciones pronunciadas en las XXVII Jornadas. La intención es publicarlas bajo dos formatos: como un número de la revista Sinite y como un Cuaderno AECA, en la editorial PPC.