Griselda Mutual – Ciudad del Vaticano
“La alegría del Evangelio brota del encuentro con Jesús”: fue con estas palabras que el Pontífice dio inicio a su discurso a los participantes en el Encuentro internacional sobre la acogida y las perspectivas de la Evangelii gaudium, el sábado 30 de noviembre en el Vaticano.
Nuestra tristeza infinita sólo se cura con un infinito amor
El Pontífice desarrolló su discurso partiendo de los inicios de la evangelización, más precisamente de María Magdalena que, tras haber encontrado a Jesús resucitado, “evangelizó a los Apóstoles”.
Estando en el sepulcro, ella “tenía muchos sentimientos tristes en el corazón”, dijo, puesto que “al dolor por la pérdida del Maestro se sumaba el temor por el futuro y el desconcierto por la presunta violación de la tumba”. Su llanto, sin embargo, “se convirtió en alegría, su soledad en consuelo después de encontrar en Jesús el amor que nunca decepciona, que nunca abandona ni siquiera ante la muerte, que da la fuerza para encontrar lo mejor de sí mismo”.
Es verdad para todos: «nuestra tristeza infinita sólo se cura con un infinito amor».
Necesitamos ángeles de carne y hueso
Francisco señaló luego que hoy en día la experiencia de tantas personas no está lejos de la de María Magdalena. La nostalgia de Dios, de un amor infinito y verdadero, está enraizada en el corazón de cada hombre y “necesitamos de alguien que nos ayude a revivirlo”. Por lo tanto necesitamos ángeles que, “traigan buenos anuncios”:
Ángeles en la carne y huesos que se acerquen para enjugar las lágrimas, para decir en el nombre de Jesús: ¡No tengan miedo!
Los evangelizadores son como ángeles custodios
Los evangelizadores – señaló el Papa – son como ángeles custodios, mensajeros del bien que no dan respuestas preparadas, sino que comparten el interrogativo de la vida, el mismo que Jesús dirigió a María llamándola por su nombre: “¿A quién buscas?”. A quién buscan, no lo que buscan, – subrayó el Pontífice- porque las cosas no bastan para vivir; para vivir se necesita el Dios del amor.
Así, el Santo Padre indicó que si supiésemos mirar en el corazón de las personas que “por la indiferencia que respiramos y el consumismo que nos aplana, pasan a menudo ante nosotros como si nada, podríamos ver, ante todo, la necesidad de este Quién”. Para ello es necesario “caminar juntos” y “hacerse compañeros de viaje”.
Quien evangeliza también está en la búsqueda
Además, quien evangeliza, tampoco debe olvidar que también “está en la búsqueda junto con los demás”. Por ese motivo “no puede permitirse mantener a distancia a quien avanza con dificultad” ni “encerrarse en su pequeño grupo de relaciones cómodas”.
Quien anuncia no busca huir del mundo, porque su Señor amó tanto al mundo que se entregó, no para condenarlo, sino para salvarlo. Quien anuncia hace suyo el deseo de Dios, que padece por quien está distante. No conoce enemigos, sólo compañeros de viaje. No se yergue como maestro, sabe que la búsqueda de Dios es común y debe ser compartida, que la cercanía de Jesús nunca se niega a nadie.
Nuestras pobrezas no son obstáculos para el Anuncio
El Sumo Pontífice también subrayó que nuestras pobrezas, “no son obstáculos” al anuncio de la Resurrección, sino “instrumentos preciosos” debido a que “la gracia de Dios ama manifestarse en la debilidad”:
Necesitamos confirmarnos en una certeza interior, en la «convicción de que Dios puede actuar en cualquier circunstancia, también en medio de aparentes fracasos». Necesitamos creer verdaderamente que Dios es amor y que, por lo tanto, «no se pierde ninguno de sus trabajos realizados con amor, no se pierde ninguna de sus preocupaciones sinceras por los demás, no se pierde ningún acto de amor a Dios, no se pierde ningún cansancio generoso, no se pierde ninguna dolorosa paciencia».
Sencillez y agilidad para difundir el Anuncio, no al derrotismo
La penúltima indicación que dio el Papa fue la de ser sencillos y ágiles como María, que “no ve las horas de decir a los discípulos ¡he visto al Señor!”, o como los apóstoles que corren al sepulcro, o como Pedro que se zambulle desde la barca hacia Jesús. Además, no hay que dejarse entristecer por las cosas que no van bien, los cansancios o las incomprensiones porque son “pequeñas cosas frente a la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús”. En cambio, se necesita una Iglesia “libre y sencilla, que no piense en el retorno de la imagen, en las conveniencias y en los ingresos, sino a ser en salida”.
No nos dejemos contagiar por el derrotismo según el cual todo sale mal: no es el pensamiento de Dios. Los tristes no son cristianos. El cristiano sufre muchas veces, pero no cae en la tristeza profunda del alma. La tristeza no es una virtud cristiana.
Invocar al Espíritu Santo
El Santo Padre concluyó indicando que para no dejarse robar “el entusiasmo del Evangelio”, hay que invocar cada día “al Autor”, es decir, al Espíritu Santo:
El Espíritu de la alegría que mantiene vivo el ardor misionero, que hace de la vida una historia de amor con Dios, que nos invita a atraer al mundo sólo con amor, y a descubrir que la vida sólo se puede poseer donándola.
Los participantes, numerosísimos, tuvieron la posibilidad de acceder al Aula recién restaurada, tras cuatro años de trabajo de consolidación, luego de que en 2015 debieran retirarse algunos estucos de la bóveda a causa de la corrosión del metal que las sostenía.