LIBROS RECIENTES DE MIEMBROS DE AECA

Título: Predicación y Vida. Ciclo A. Reflexiones y testimonios de los domingos y fiestas

Autor: Manuel María Bru

Editorial: CCS

PRESENTACIÓN

Todo lo que hagamos en torno a la Palabra de Dios debe estar “al servicio” de la misma Palabra de Dios, que es un fin en si misma por aquello de que “como bajan la lluvia y la nieve desde el cielo, y no vuelven allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que cumplirá mi deseo y llevará a cabo mi encargo” (Isaías 55, 10-11). Y “al servicio de la Palabra de Dios” pretende estar este libro. Toca pues, antes de que puedan servir para algo los contenidos (auxilios pastorales) de este libro, primero saber para que sirven y para que no sirven a la Palabra, y segundo cuáles son las claves en las que están escritos, para que este servicio sea lo más óptimo posible.

¿Para que sirve esta propuesta?

Esta propuesta esta pensada para prepararse espiritualmente a la celebración del Día del Señor. En la tradición espiritual -al menos en las espiritualidades más tradicionales- se habla mucho de la preparación -próxima y remota- a la comunión eucarística. Menos a la preparación -por qué no también próxima y remota- a la comunión con la Palabra de Dios. Y esta preparación vale para todos los fieles, para todos los bautizados llamados a la celebración dominical de la Palabra y de la Eucaristía (ojalá nos acostumbrásemos a llamarla así, y no sólo celebración dominical de la Eucaristía). Por tanto, ante de ser o de poder ser un servicio para los predicadores, pretende ser un servicio para todos los fieles, es decir, un servicio “de” predicación de la Palabra antes que “para” la predicación de la Palabra.

Si esta preparación sirve también al predicador para prepararse la predicación, bienvenido sea. Pero recodaría en ese caso al predicador que aquí no ofrecemos una “homilía escrita” (¡Dios nos libre de las homilías escritas por otros que no sean los que dicen la homilía!), sino unas pautas para la reflexión y la oración personales en torno a las lecturas proclamadas en la Celebración, que también pueden proponerle alguna que otra idea, algún que otro sentimiento, o alguna que otra imagen (siguiendo la sabia indicación del Papa Francisco en su exhortación apostólica Evangelii Gaudium: EG), que sea útil para la predicación.

Dicho esto, que es lo más importante, veamos ahora algunas de las claves en las que está escrito: la “regla de oro” de la presentación de la Palabra, su dinámica pedagógica tanto interna como externa, y los diversos tipos de testimonios que ofrece.

La “regla de oro”: la Palabra sólo comunica si se ha hecho vida

“De la abundancia del corazón habla la boca” (Mateo 12, 34). Incluso esto es verdad desde el punto de vista del arte de la comunicación. Como decía el periodista Ryszard Kapucinksi, “para un comunicador, el principal peligro es la rutina”. Claro que también decía que el mejor comunicador es el que es mejor persona. El Papa Francisco lo explica mejor que nadie hablando directamente de la predicación. Si donde dice predicación u homilía ponemos “catequesis” el resultado es el mismo, pues descubrimos que esta regla de oro sirve al predicador pero también al catequista. En realidad sirve a todo cristiano, porque todo cristiano es un discípulo-misionero:

“Jesús se irritaba frente a esos pretendidos maestros, muy exigentes con los demás, que enseñaban la Palabra de Dios, pero no se dejaban iluminar por ella: Atan cargas pesadas y las ponen sobre los hombros de los demás, mientras ellos no quieren moverlas ni siquiera con el dedo (Mt 23,4). El Apóstol Santiago exhortaba: No os hagáis maestros muchos de vosotros, hermanos míos, sabiendo que tendremos un juicio más severo (3,1). Quien quiera predicar, primero debe estar dispuesto a dejarse conmover por la Palabra y a hacerla carne en su existencia concreta. De esta manera, la predicación consistirá en esa actividad tan intensa y fecunda que es comunicar a otros lo que uno ha contemplado. Por todo esto, antes de preparar concretamente lo que uno va a decir en la predicación, primero tiene que aceptar ser herido por esa Palabra que herirá a los demás, porque es una Palabra viva y eficaz, que como una espada, penetra hasta la división del alma y el espíritu, articulaciones y médulas, y escruta los sentimientos y pensamientos del corazón (Hb 4,12). Esto tiene un valor pastoral. También en esta época la gente prefiere escuchar a los testigos: tiene sed de autenticidad (…) Exige a los evangelizadores que le hablen de un Dios a quien ellos conocen y tratan familiarmente como si lo estuvieran viendo”: (EG, nº 150).

Dinámica pedagógica interna: habla la Palabra, el corazón y la vida.

A la hora de elegir y de proponer una serie de auxilios para cada domingo, que mantiene el mismo criterio que para los otros ciclos litúrgicos (A, B y C), proponemos tres contenidos (siguiendo la orientación del Papa Francisco de mostrar una idea, un sentimiento, y una imagen): La idea (“Habla la Palabra”) que proviene de la Palabra proclamada: un propuesta que une las tres lecturas. El sentimiento (“Habla el corazón”), que conecta con la memoria de fe de los fieles. Y la imagen (“habla la vida”), que pone un rostro, o un testimonio, o una anécdota, o un relato, o una metáfora, ya sea a la idea como al sentimiento.

Con respecto a la primera parte “Habla la Palabra” ofrecemos en la mayoría de los casos apenas unos subrayados de cada una de las lecturas, pero buscando un hilo conductor único, una única propuesta vivencial para el cristiano coincidente en las tres lecturas (o en las cuatro cuando hacemos referencia también al salmo responsorial). A veces en esta parte ofrecemos un argumento algo más elaborado, y a veces, ante la dificultad de encontrar una sola idea motriz (sobre todo cunado no es fácil que esta incluya la segunda lectura), proponemos la complementariedad entre dos o tres ideas sencillas y concretas. En todo caso, la propuesta pretende sobre todo ilustrar y enseñar, pero sin perder que el horizonte de esta enseñanza está en la vida.

Conviene tener en cuenta en el caso de este ciclo, el ciclo A, que la mayoría de los textos evangélicos en el Tiempo Ordinario están tomados del Evangelio de San Mateo. Lo cual le da a la Liturgia de la Palabra de este año un tono especialmente aleccionador (“en verdad, en verdad os digo….”), ya que Mateo, dirigiéndose a los judíos, nos narra los hechos, dichos y gestos de Jesús con una intención primordial: mostrar a los hijos de Israel que quien se llamaba a si mismo “Hijo del Hombre” (el Mesías esperado según las profecías de Ezequiel y Daniel), viene a dar un vuelco a la Tora, a la ley judía, pues sin quietarle un ápice a la letra, le da su verdadero sentido, su espíritu, su corazón según la voluntad del Padre (“hasta ahora habéis oído decir, más yo os digo…”). Esto hace que el Evangelio de Mateo, desde el comienzo de la predicación apostólica hasta nuestros días, más allá de su destinatario originariamente judío, sea un Evangelio que incide especialmente en la mostración del camino del hombre hacía la verdad y hacia Dios, teniendo como eje central el Sermón de la Montaña.

Con respecto a la segunda parte, “Habla el corazón”, es muy probable que en no pocos casos el estilo didáctico utilizado parezca más apropiado para que “hable la mente” que para que “hable el corazón”. Pero el objetivo no es tanto enseñar algo de la fe cristiana que muchos en la celebración desconocen porque nunca nadie se las ha contado, o hacer recodar cosas que en su día muchos han aprendido pero que en gran medida han olvidado, sino que el objetivo es que lo que enseñe de nuevas o se haga recordar haga mella en la “memoria de la fe” del creyente, o la “nostalgia de la fe” de quien en alguna proporción la ha perdido o se ha alejado de ella. Por tanto, el objetivo es siempre provocar que “hable el corazón”, algo que sólo puede hacer el catequista o el predicador que comunica de corazón a corazón.

También con respecto a esta segunda parte hay una prioridad pastoral: hemos recurrido en muchas ocasiones a ideas, expresiones, y discursos del Papa Francisco. No sólo porque la inspiración remota y próxima de todo lo que ofrecemos esta en su propuesta de renovación de la predicación expuesta en su exhortación apostólica Evangelii Gaudium, sino porque la línea pastoral que unifica todas las propuestas de ideas, sentimientos e imágenes para cada domingo, buscamos que sea la que el Papa Francisco está imprimiendo en toda la Iglesia: la reforma de la Iglesia para que sea más pobre, más sencilla, más evangélica, más dialogante, y más misionera. Y la reforma del cristiano, de modo muy específico del que ejerce un ministerio en la Iglesia, para que también sea más humilde, más auténtico, más abierto, más samaritano, más discípulo misionero en busca del hombre de hoy enmarañado en las periferias geográficas y existenciales de este mundo. Tanto es así que, si algún catequista o algún predicador se sitúa en la frontera de la critica y el menosprecio a su pontificado y a su magisterio, este libro se le caerá de las manos en cuanto lo abra. Claro que, huelga decir que en ese caso es mejor renunciar a la catequesis o la predicación misma, ya que ésta sino está en comunión perfecta con la Iglesia de hoy y por tanto con Pedro hoy, no sirve de nada, porque sin comunión, vana es la misión.

Con respecto a la tercera parte, la que hace referencia al “Habla la vida”, hay que recocer que es la parte más arriesgada de esta propuesta, por la variedad de auxilios que incluye, y sobre todo porque precisamente este es el tipo de contenido menos usual en la predicación, aunque sea el de mayor impacto y capacidad de comunicación y sintonía. Es por esta parte por la que hemos titulado el libro “Predicación y Testimonio” (como en los otros ciclos litúrgicos “Predicación y Vida” o “Predicación y experiencia”). Decía San Jhon Hnery Newman, canonizado por el Papa Francisco el 13 de octubre de 2019, que “las personas nos influyen, las voces nos conmueven, los libros nos convencen, y los hechos nos entusiasman”. Como veremos más adelante, en esta parte confluyen voces y textos, pero sobre todo personas y hechos, es decir, en el sentido más amplio de la palabra, testimonios.

A la postre, en esta parte tratamos de ofrecer sugerencias que responden a la propuesta del Papa Francisco: “Uno de los esfuerzos más necesarios es aprender a usar imágenes en la predicación, es decir, a hablar con imágenes. A veces se utilizan ejemplos para hacer más comprensible algo que se quiere explicar, pero esos ejemplos suelen apuntar sólo al entendimiento; las imágenes, en cambio, ayudan a valorar y aceptar el mensaje que se quiere transmitir. Una imagen atractiva hace que el mensaje se sienta como algo familiar, cercano, posible, conectado con la propia vida. Una imagen bien lograda puede llevar a gustar el mensaje que se quiere transmitir, despierta un deseo y motiva a la voluntad en la dirección del Evangelio” (EG, nº 157).

Diversos tipos de testimonios

Conviene aprovechar este espacio introductorio para explicar los diversos tipos de testimonios que ofrecemos en la tercera parte de los comentarios a la liturgia de la Palabra dominical de esta propuesta (explícitamente señalados en el índice), la titulada “Habla la vida”, siguiendo la variada interpretación del concepto de imagen que el Papa nos propone:

  1. Testimonios personales: cuando proponemos la vida de alguien (en la mayoría de los casos santos o beatos) como testimonio. No sólo un hecho de su vida, sino su vida en su conjunto.
  2. Relatos testimoniales: cuando proponemos un hecho concreto (más o menos importante o más o menos anecdótico) con el que da testimonio una persona o una comunidad.
  3. Relatos ficticios: cuentos o breves historias con carga testimonial metafórica.
  4. Ecos de la realidad: referencias que ilustran la realidad social o eclesial y que sirven para evocar experiencias testimoniales o que reclaman experiencias testimoniales.
  5. Imágenes pictóricas o escultóricas: hablan de una obra de arte plástica cuyo origen, significado o circunstancia da pie a un mensaje testimonial.
  6. Imágenes literarias o cinematográficas: nos muestran textos literarios o relatos cinematográficos que bien por su contenido y/o su autoría, dan pie a un mensaje testimonial.
  7. Imagen de un lugar religioso o no religioso que evoca la experiencia de un testimonio personal o colectivo.

Dinámica pedagógica externa: aspectos formales

Dice también el Papa Francisco que “algunos creen que pueden ser buenos predicadores por saber lo que tienen que decir, pero descuidan el cómo, la forma concreta de desarrollar una predicación. Se quejan cuando los demás no los escuchan o no los valoran, pero quizás no se han empeñado en buscar la forma adecuada de presentar el mensaje” (EG, nº 156)

Sobre el como enseñar a interiorizar la liturgia de la Palabra (y esto vale para no sólo para el predicador, sino también para el catequista y para el animador pastoral), los auxilios aquí presentados están pensados para un tipo de presentación que, en sus aspectos formales, sigan estás pautas pedagógicas:

  • Ser sintéticos: “a diferencia entre iluminar ideas sueltas e iluminar una síntesis es la misma que hay entre el aburrimiento y el ardor del corazón” (EG, nº 153): “Resume tu discurso. Di mucho en pocas palabras” (Eclesiástico 32,8).
  • Recurrir a las imágenes: Llamamos “imagen” en la oratoria a cualquier referencia que despierte la “imaginación” al servicio de la comprensión cognitivo-emocional de la idea. Puede ser un relato, una parábola, una metáfora, una obra de arte visible directamente o fácil de recodar (plástica, musical, literaria, cinematográfica, etc…): “En esta búsqueda es posible acudir simplemente a alguna experiencia humana frecuente, como la alegría de un reencuentro, las desilusiones, el miedo a la soledad, la compasión por el dolor ajeno, la inseguridad ante el futuro, la preocupación por un ser querido, etc.; pero hace falta ampliar la sensibilidad para reconocer lo que tenga que ver realmente con la vida de ellos” (EG, nº 155).
  • Hablar con sencillez: “Frecuentemente los predicadores usan palabras que aprendieron en sus estudios y en determinados ambientes, pero que no son parte del lenguaje común de las personas que los escuchan, palabras de la teología cuyo sentido no es comprensible para la mayoría de los cristianos” (EG, nº 158). Si uno quiere adaptarse al lenguaje de los demás para poder llegar a ellos con la Palabra, tiene que escuchar mucho, necesita compartir la vida de la gente y prestarle una gustosa atención: “La homilía es expresión del diálogo entre Dios y su pueblo (…) un diálogo es mucho más que la comunicación de una verdad” (EG, nº 154).
  • Hablar con claridad: “La sencillez y la claridad son dos cosas diferentes. El lenguaje puede ser muy sencillo, pero la prédica puede ser poco clara. Se puede volver incomprensible por el desorden, por su falta de lógica, o porque trata varios temas al mismo tiempo” (EG, nº 158). Ya decía Galileo Galileí que “hablar oscuramente lo sabe hacer cualquiera, con claridad lo hacen muy pocos”. Por eso la homilía ha de ser “sencilla, clara, directa, acomodada” (Pablo VI. Evangelii Nuntiandi, nº 43). Y además de que “debe comunicar belleza, no verdades abstractas y fríos silogismos” (EG, nº 142), la claridad es inseparable de la cercanía cordial que se expresa “en la calidez de su tono de voz, la mansedumbre del estilo de sus frases, la alegría de sus gestos” (EG, nº 140). Para ello es siempre muy útil el consejo de Azorín: “frases cortas, separadas por puntos. Dentro de cada frase, la secuencia lógica: sujeto, verbo, predicado”.
  • Hacerse comprender por la unidad: “otra tarea necesaria es procurar que la predicación tenga unidad temática, un orden claro y una conexión entre las frases, de manera que las personas puedan seguir fácilmente al predicador y captar la lógica de lo que les dice” (EG, nº 158). Y esto a partir de la unidad propia del texto bíblico: “la tarea no apunta a entender todos los pequeños detalles de un texto, lo más importante es descubrir cuál es el mensaje principal, el que estructura el texto y le da unidad. Si el predicador no realiza este esfuerzo, es posible que su predicación tampoco tenga unidad ni orden; su discurso será sólo una suma de diversas ideas desarticuladas que no terminarán de movilizar a los demás” (EG, nº 147).
  • Hacerse comprender por positividad a la exposición: Ciertamente, como decía San Juan Pablo II, la predicación ha de tener en cuenta “la llamada que Dios hace oír en una situación histórica determinada” (Pastores dabo vobis, nº 10), pero de modo siempre positivo. Y el lenguaje positivo no dice tanto lo que no hay que hacer sino que propone lo que podemos hacer mejor. En todo caso, si indica algo negativo, siempre intenta mostrar también un valor positivo que atraiga, para no quedarse en la queja, el lamento, la crítica o el remordimiento” (EG, nº 159): Ha de expresarse en “clave materna”: “transmite ánimo, aliento, fuerza, impulso” (EG, nº 139).

En definitiva, al ofrecer estos recursos para la presentación de la liturgia de la Palabra de los domingos de los tiempos litúrgicos del ciclo A, no pretendemos otra cosas que ayudar a “responder al amor de Dios, entregándonos con todas nuestras capacidades y nuestra creatividad a la misión que Él nos confía (…) y a un ejercicio exquisito de amor al prójimo, porque no queremos ofrecer a los demás algo de escasa calidad” (EG, nº 156).